En Realismo Capitalista, Mark Fisher hace mención de La Guernica, y cómo se le priva de todo significado: un cuadro que en algún momento simbolizó la brutalidad y deshumanización del fascismo ahora convertida en un artefacto, en un cuadrito bonito para que le tomes fotos en un museo. Él, advierte (prestando de Deleuze y Guattari), que esto es parte de la cada vez más prolífica habilidad del realismo capitalista por absorber cultura. Para MTV, no había nada más rentable que Kurt Cobain revelarse contra la misma MTV.

Y esto fue en los 90s. El realismo capitalista, como él se refiere a la cultura creada ad hoc por este sistema económico, ha adquirido nuevas dimensiones y nuevos truquitos, el más importante de ellos, como siempre, su retórica: su capacidad de crear, torcer, y destrozar narrativas para crear una única. Ese “no hay opción” de Maggie Thatcher retumba en mi cabeza una vez más. Y creo que una de sus manifestaciones más interesantes es aquella de los NFTs.

Como concepto, son imágenes firmadas digitalmente utilizando la tecnología Blockchain, la cual no es más que un sistema para validar y legitimar la autoría. Sin embargo es más interesante ver esto en práctica: un mercado de PNGs (o sea, compilaciones de píxeles) de jugadores de fútbol, personas que fueron famosas en los 2010s en el Internet, cuyo valor depende de lo que las personas estén dispuestas a pagar. En corto: la bolsificación (o especulación) de píxeles en el Internet, la bolsa para niños, para que jueguen a ser papá, él quien compren alguna milicia de algún país en el hemisferio sur porque debe comenzar la semana en verde.

Algunas personas argumentan que es lo mismo que un mercado de arte (o de figuritas del mundial, por ejemplo): personas intercambiando cositas por un valor que consideran apropiado. Sin embargo, estamos tan desapegados del “bien de cambio” (la cosita) que no lo vemos como un fin de por sí sino como un medio para la riqueza. “Qué chucha me importa si es un mono o un meme, lo que importa es que lo voy a vender a 445 ETH.” La cultura solo tiene valor si el mismo es monetario. El arte deja de ser arte y se convierte en potencial dinero: NFTs de la guerra en Ucrania, de la primera persona infectada con Covid, de la toma de la casa blanca, ni idea, de cualquier cosa. Es, de nuevo, la Guernica desnudada de su valor, su contexto, y su símbolo, y ahora ni siquiera está en un museo y es propiedad colectiva, sino que tiene un dueño cuya autoría es legitimada por una larga cadena de hashes.

Quizá es un poco nada que ver, pero pensar en los NFTs como “artefactos”; o sea, como objetos que no tienen pasado, cultura, ni contexto, me hace acordar un poco a este capítulo 15 Million Merits de Black Mirror, en el que pasan dos cosas interesantes.

Primero, la desesperación de Abi por pertenecer al sistema la lleva a aceptar condiciones en las que su humanidad queda en un lejano segundo plano. Ella pertenece a WraithBabes, y debe ser agradecida, porque si no se le hubiera dado esa oportunidad podría seguir siendo miserable pedaleando en una bicicleta para ganarse la vida.

Segundo, la rebelión (no sé si sea la palabra apropiada) de Bing es absorbida por este mismo sistema. El monólogo en el que denuncia la depredación de Hot Ones es recibida con risas y aplausos, y se le ofrece un programa para que pueda seguir siendo woke y esparciendo consciencia social, y él, como persona agradecida por las oportunidades que se le da, acepta.

(Es loco ver cómo el mismo Black Mirror fue víctima del malestar que él mismo denunció en las primeras dos temporadas cuando fue comprado por Netflix, pero esa es otra historia.)

También me hace acordar a esa brutal escena final de Requiem for a Dream, en la que Marion Silver, la persona, deja de existir, y se convierte en Marion Silver la muñeca, objeto de deseo de los empresarios importantes que, merecidamente, se divierten después de un arduo día en la oficina (“ass to ass”). En ambos casos esta transformación de objetos en artefactos se lleva a su epítome y son las mismas personas las que son artefactos. En ambos casos la única opción fuera de la marginalización, de la precariedad, es el espectáculo: cual perros hambrientos, las personas se pelean por migajas de la riqueza. Si te esfuerzas lo suficiente podrás bailar para el rey y tener una buena vida con la décima parte de la mensualidad que le dan al príncipe.

No es nada nuevo, pero los escritos de Fisher son muy actuales. Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, y quizá la mercantilización del arte promovida por la tecnología de moda (los NFTs y la blockchain, respectivamente), nos alejan de la cultura, de la tradición, del desafío a la tradición (elemento necesario para su existencia), y nos acercan al metaverso de Mark Zuckerberg, tranquilamente un pie de página en un primer esbozo de 15 Million Credits que yacía en el escritorio de Charlie Brooker.